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El Cangrejo y la Gaviota

 

Por Maria de Lourdes Victoria

 

El Cangrejo emerge a asolear su caparazón en la piedra del embarcadero. Lleva así un buen rato, midiendo las olas, cuando la Gaviota aterriza a su lado. Se conocen. Llevan años compartiendo amaneceres.

–Me voy, Cangrejo – anuncia la Gaviota – vengo a despedirme.

El crustáceo la contempla con sus ojos de antena.

–Eso dijiste ayer. Y aquí sigues.

El ave no se ofende. El Cangrejo así es: arisco y ermitaño. De haber querido, pudo habérselo almorzado hace tiempo. No lo hace porque le cae bien –y porque está viejo.

–Ahora sí me voy – dice, y abre sus alas con altivez –. Aquí ya no se puede vivir, Cangrejo. Mira el mar. Está teñido de sangre. El viento huele a muerto. Las almejas escupen pólvora.

El escándalo de una ola que rompe lo interrumpe. La Gaviota zapatea sus garras palmeadas sobre la piedra. El Cangrejo aprovecha y con tenazas de araña, avorazadas ,devora las algas que la espuma arrima.

–Tarde o temprano morimos, Gaviota – comenta.

–Es cierto. Y yo más temprano que tú, mi amigo. Tú aquí estás a salvo escondido en tu cueva. Yo en cambio ando suelta sorteando riesgos.   

–Pero igual morimos, Gaviota. Antes o después, aquí o allá. Aquí te matan los narcos. Allá la nostalgia.

–Y sí. Voy a extrañar mi puerto.

El Cangrejo se rasca los bigotes. La gaviota estira el cuello y arroja al horizonte un grito largo y lánguido.

–Te llevas tus recuerdos, Gaviota – la consuela el cangrejo –. Vístelos en tus plumas blancas.  Verás cómo alzan tu vuelo.

El ave no contesta. Esculca nerviosa los cielos. Ahí vienen ya por ella las otras planeando la ráfaga salitrada en perfecta flecha.

–Te voy a extrañar, amigo.

–Contigo voy, Gaviota – y para despedirse le ofrece su tenaza rojiza –. Ten, llévate mi pinza para que te proteja, al fin es poco lo que me queda. Vete yendo. Vuela lejos.

La Gaviota se acerca a recibir el obsequio.  Su pico ganchudo ya lo toca, y en un último instante de un jalón le arrebata, no la preciada ofrenda, sino las algas que el Cangrejo aprisiona entre sus patas.

–Con esto tejeré mi nuevo nido – promete, y con un suave aleteo se desprende.

En el cielo la flecha gris se abre, y le hace hueco.

 

Juan Salvador Gaviota – Maria Cristina Vega