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Del miligramo de genio y el libro inacabado

 

Por Marti Lelis

 

Irlanda, mi mujer, me dice que se trata de ver con mis ojos, que le gustaría poder saber cómo veo las cosas. Así me he dado cuenta de que lo que comparto cuando escribo es mi mirada, a través de las palabras. También se comparten los pensamientos alrededor de la mirada. Esa revelación fue para mí un acto de amor, de amar y epifanía. Fue recordar al replicante Roy y su monólogo de las lágrimas que se mimetizan con la lluvia. Por amor agregamos una nueva respuesta a ¿qué es la escritura? ¿Qué es lo que hace el escritor cuando se queda inmóvil y distante y, un momento después, llena de palabras las líneas?

Siempre las líneas, una combinatoria que debiera respetar el buen decir, la sintaxis. Si aceptamos que el deber primero del texto es comunicar, ya podemos adivinar a dónde nos puede llevar el deliberado énfasis en la técnica. “Por el camino de la exageración técnica se llega a la incomunicación”, decía Juan Carlos Onetti, ese adelantado. Y sí, tenía razón, la sigue teniendo.

Pero en el método de escritura propio siempre hay que dejar lugar para el retozo, para las cabriolas, para los saltitos o saltotes de los que hablaba en otro texto. La cosa es confiar en el miligramo de genio que se nos aparece cada día: las intuiciones. En ese tenor, y considerando que en mis mundos literarios hago mía la sospecha de que los géneros literarios son la piedra en el zapato, mi ideal sería escribir un texto hecho por completo de intuiciones, cuya totalidad fuera la intuición a que todas ellas conduzcan de manera natural e inevitable. Quizá los muchos tomos de la obra completa de un autor son un mismo libro, la mayor parte de los casos un libro inacabado.

 

– México –

 

One: Number 31, 1950 – Jackson Pollock