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El señor de los tiempos/ John Carlos Yunca Cruz

El señor de los tiempos
Este será el vecindario –se dijo en sus adentros Danny–. Con la intriga de conocer algo más, se dedicó a recorrerlo. Luego escuchó un tétrico lamento. Las hormigas, desorientadas, paralizaron su labor; las aves, en parvadas, se alejaron; la jauría, al unísono, se acoplaba al aullido, y un misterioso hombre corría con sangre que denotaba sus indicios.
Las calles contenían edificios de altura moderada; los andenes estaban muy deteriorados; las pistas, con muchos baches, de modo que los carros casi imitaban el andar de las tortugas.
Lo que más le llamó la atención aquel día fue el barrio tan deshabitado, además de un letrero hecho jirones que decía Pueblo Joven El señor de los tiempos. Fue allí cuando las luces iluminaron continuamente. En ese instante sintió que de sus pantalones discurría un continuo hilo de orina, empezó a sentir escarapelado todo el cuerpo, la piel semejaba a la de gallina, tenía encogidos los dedos y erizado el cabello.
Acto seguido, casi sin pensar, trepó por las paredes de una casa, se deslizó hacia el interior de ella y avanzó hasta que llegó una sala sucia. Creía estar seguro ahí, ya que nadie –y nada– lo fastidiaría, excepto… un libro, de título La misteriosa rosa, que cayó de bruces sobre él. Fue en ese momento en que la claridad quedó en las más profundas tinieblas.
Danny encendió el celular. La visualización inicial recayó en la primera página del libro, la cual contenía una dedicatoria que con un rayón manifestaba: Con mucha alegría para el nuevo señor de los tiempos. ¡Ja ja ja!
Además del libro cayeron unas hojas de color muy brillante, que parecían no pertenecer a aquel libro. Al leerlas descubrió los escritos de Chronos, que revelaban una gran lamentacón: Mi dicha era inigualable. La bella Ananké y yo habíamos planeado casarnos y tener muchos hijos. Las invitaciones ya estaban repartidas, el anillo comprado y las ilusiones encendidas.
Al deambular por las descoloridas calles de El Señor de los tiempos y al divisar un letrero quedé prácticamente cegado al reflejar sobre mí un fulgor incandescente. Para mi buena suerte estaba a dos cuadras del mar, corrí hacia él, cogí abundante agua y me enjuagué los ojos.
Después de esta desesperada tarea decidí retornar. A los diez minutos estaba frente a la misma casa que me había apagado la vista. Ahora se veía más claro el anuncio… Tal vez haya sido mi imaginación –pensé.
Después de dubitar, opté por leerlo nuevamente. El aviso decía: El gran Oráculo El señor de los tiempos. Entre y despejaremos sus dudas. Intenté retroceder para retirarme, pero un impulso me hizo empujar la puerta y expresé:
—Hola: ¿es cierto que usted sabe sobre el futuro?
–Así es. ¿Qué curiosidad te inquieta?
—Quiero saber: ¿Cómo se llamará mi primer prole? Y ¿Cuántos hijos tendré?
El oráculo hizo una pausa para responder, y vaticinó:
–Hijo mío: no tendrás prole, puesto que heredaste los genes de tu padre Urano. Por ello tienes tanta o más ambición que él, pero tu codicia no será la creación, sino las mujeres. Despertará tu instinto animal, jugarás con ellas, y finalmente matarás de pena a la bella Ananké.
Quise marcharme pero, en eso, en mi mente incurrió el recuerdo del consejo de un amigo de la escuela: si alguna vez estás frente al oráculo y te vaticina una desgracia, ve y busca veinte cebollas, córtalas y lo matarás en llanto tanto que el día no pasará, y con suerte cambiarás la fatalidad de tu destino.
Le agradecí mucho al oráculo. Además me comprometí a llevarle en menos de media hora una ofrenda por los favores.
Me dirigí hacia el mercado, compré veinte cebollas y un cuchillo, los camuflé dentro de una bolsa negra y otra vez me aposté frente al oráculo para manifestarle: ¡Oh, los dioses te hayan bendecido! Me fui por el costado de una mesa, saqué violentamente las cebollas y las corté hasta lograr que el oráculo llorara un instante. No pudiendo resistir más, dijo: me arrepiento de haberte vaticinado esa desgracia en tu destino.
Pero a mí también la cebolla me afectó mucho: tanto que, al ver al oráculo en su lecho, le enuncié que necesitaba ese día largo para casarme con Ananké y después de ello volvería ante el oráculo para tomar su lugar. He aquí que, después de aumentar mi prole, un día volví para ser el nuevo Señor de los tiempos, hasta que un mágico día llegaron unos forasteros, se repitió la misma historia y ellos están ahora en mi reemplazo, y luego ellos esperan que otros a su vez la repitan en sucesión perenne.
Esto no me puede estar pasando –me dije. Pero, al alumbrar más con mi celular, me encontré con la trágica sorpresa que los trajes dispersos por la sala pertenecían a ellos. Entonces comprendí que mi destino era llegar a esa casa para nunca más salir.
Copyrigth. John Carlos Yunca Cruz
Chimbote, Perú