Saltar al contenido

Un café a tu lado

 

 

Por Perla Mendoza

 

 

Veo como la toalla se resbala hasta caer junto a mis pies. Me miro al espejo; ese silencio largo que me acompaña todas las mañanas al verme reflejado. Tomo la misma loción que refrescó mi pubertad, esos días de anhelos inimaginables. Sé que me aferro a esa loción barata, que llenaba mis noches de sueños oscuros, saciaba mis ansias de tocar una piel suave, tersa; desvanecer una y otra vez esas trenzas ajustadas que comprimían mis deseos en aquellos tiempos.

¡Qué más da! Hoy, al igual de hace ya varios años, me acostumbro a todo. Usaré mi celular y sabré una vez más sobre la vida ajena; ajena de mi sentir, ajena a mis tercos pensamientos, ajena a todo esto que nos va llenando nuestras vidas y al mismo tiempo nos va separando de nuestras almas.

Te veo en mi mente. Estamos ahí, una y otra vez en ese café. Nos sentaremos otra vez a platicar, hablaremos de esos vacíos que aún seguimos sin llenar, narraremos historias pasadas con un presente vivo, acerbo. Tan agrio como aquella amarga planta que una vez consumiste en el desierto potosino.

El reloj no para, hace tanto tiempo que dejamos de pensar en las horas. Los años los celebramos debido al entusiasmo de nuestros amigos en Facebook. Definitivamente nuestras vías de comunicación han cambiado, sólo que el mensaje, nuestro mensaje, ese maldito mensaje sigue siendo el mismo.

Nuestro cabello ha cambiado; puedo ver las canas que se esconden en tu tinte azulado, en ese cambio de look que insistes en hacerte cada año. Lo defiendes con tu idea de cambiar, de crear un nuevo estilo, y así, en tu mente, la falsa posibilidad de una nueva vida.

Pienso en esas paletas de algodón rosadas que saboreamos juntos, en esos días de fiestas populares. Corríamos a la calle a ver como la noche caía entre la multitud de la gente. Éramos almas libres, frescas a todo lo que nos rodeaba. Era esa vida llena de magia bruta, sin necesidad de un reconocimiento. Era neto, puro y flamante ante los días que el sol carcomía nuestra piel.

Tu silencio es seco, áspero, y sigues pensando en manipular nuestro día. Sabes bien que reprimo esa falsedad de la nueva era, del dejar ser y vivir sin el ego. Sin embargo, sigo dando like a cada una de esas frases que motivan tu sonrisa y llenan tu perfil en Facebook. Tan falsas son las horas que pasamos juntos en este café, tan fingidas son las frases que leemos juntos en momentos diferentes, como tan amargas las miradas que nos damos en este momento.

Aquí estamos, juntos, atados a un tiempo lineal, sentados en un café jugando a conocernos. Tomaré tu regalo, tomaré la conexión de tu presente, tomaré tus frases de reconocimiento que te hacen sentir viva, tomaré una y otra vez un café a tu lado.

 

– Seattle, Washington –