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Volver a nacer/ Montserrat Alvear Linkletter

El valiente vive hasta que el cobarde quiere.
Proverbio popular
La cabeza de la niña, con el rostro angustiado, se asomó por el portón, mirando furtivamente de un lado a otro y, santiguándose más de una vez, se encomendó a su virgencita de Guadalupe para que la protegiera de las temidas apariciones de aquel indeseable ser que no la dejaba en paz. Camino a la escuela, la perseguía a sol y a sombra, y la pobre niña debía escabullirse e ingeniárselas a como diera lugar para evitar el nefasto encontrón con tan diabólica figura.
Los cientos de callejones entrecruzados de la bella ciudad colonial constituyeron el ya temido escenario de la cotidiana batalla de supervivencia entre un ser depravado y una grácil niña de doce años quien, gracias a su ingeniosa estrategia, burlaba la constante vigilancia que una mente enferma ejecutaba acechando y estrangulando su desenfadado mundo infantil al cual tenía derecho de pertenecer.
La niña de la larga cabellera negra, ondulada, sonrisa soleada y brillantes luceros oculares empezó a extinguirse ante la duda, el temor y el acoso de esa amenazante fuerza que lentamente la aniquilaba. ¿Qué tengo de especial? –se preguntaba ¿Será que el pelo está muy largo y llamativo? ¿La falda estará muy corta? ¿Cómo hago para hacerme invisible y poderosa y así ganarle la batalla a este monstruo que me quita el aliento y los ánimos de vivir?
Cuatro largos años de mal dormir y comer e impedida de disfrutar el mundo adolescente, prejuvenil, jugar, bailar y existir en paz, le fueron arrebatados, le truncaron la seguridad de una juventud merecedora de momentos de indelebles recuerdos y despreocupaciones que nunca más retornaron.
Un día que la niña había ido al cine con un grupo de amigas, vio que, a pasos agigantados, se aproximaba la fatídica sombra. Aterrorizada, con el alma pendiendo de un hilo, corrió a encerrarse en el baño de mujeres hasta que le volviera el aliento y que el paralizador entumecimiento en piernas y brazos se alejara de su ser para volver a sentarse junto a sus amigas.
Al acercarse, una de ellas lloraba y balbuceaba incontrolablemente. –Ese desgraciado me dio una nalgada y, justo en el momento en que tenía las manos ocupadas con las palomitas de maíz, me manoseó el pecho. Me tomó por sorpresa. Si no, lo habría mandado quién sabe a dónde.
La niña se sintió aliviada de haberse liberado de tan mala fortuna. Al mismo tiempo le remordía la conciencia al saber que era a ella a quien buscaba el depravado, no a su amiga. Sin cesar, su atormentada mente martillaba su culpabilidad. Una noche, la niña y sus amigas salían del conservatorio, riendo e intercambiando miradas coquetas con los jóvenes que deambulaban por allí.
El callejón del beso es una callecita tan estrecha que, según la leyenda, desde los balcones de sus casas, los amantes podían intercambiar un tan deseado ósculo. La romántica callecita se prestaba para que la ya obnubilada mente de las prematuras jovencitas se sintiera conquistada por la ensangentadora flecha de Cupido, que las hacía soñar mundos ilusorios. Este halagador momento quedó truncado a causa de la infausta aparición del despreciable ente que, una vez más, empezó a perseguir a su codiciada presa.
Colgándole de un hombro, la niña portaba una resistente guitarra. Sin pensarlo dos veces, poseída por un súbito arranque de inusitado coraje, en presurosa carrera tras el energúmeno, reivindicó su poder lanzándole, a diestra y siniestra, feroces guitarrazos donde le cayeran mejor –le causaran mayores estragos.
Las miradas de asombro de todos los transeúntes no dejaban de admirar el valor de la decidida niña, libre de miedos inmensurables, que por fin reclamaba para sí el derecho de vivir sin aprensiones de acoso y se mofaba de un ser amenazador que, ante la pérdida de temor de su constante e inasequible Dulcinea, se dio por vencido, y se esfumó para nunca más volver.
Copyrigth. Montserrat Alvear Linkletter