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El Tren

 

La abrazó y la sujetó tan fuerte que el  cuerpecito inerte tronó.

Era un viaje de doce horas y habían pasado solo tres, ella sabía que la niña estaba ya sin vida, pero siguió pretendiendo que estaba solo dormida, se trago el llanto y sus ojos se secaron.

El traqueteo del tren y aquel olor a humanidad, mezclado con el de madera vieja y usada daban un esencia a inconfundible pena. Las caras de los demás pasajeros ajenos a ese dolor se dedicaban a revisar las vistas al otro lado de las polvorientas ventanillas del vagón, el calor apretaba a todos, buscaban el aire fresco pero aquella madre no podía ni levantarse. Callada, sentada catatonica en aquella posición de estatua de Miguel Angel.

Había traído enferma a la niña desde hacía ya dos días y lo único que quería era llegar a su jacal y que la tratara la curandera del rancho, pero su cuerpecito no resistió la travesía.

Cuando más culpable se sentía el tren se paró,  llegaron a la estación para reposar y ella no quiso salir de él; Una mujer se ofreció en cuidarle a la niña mientras ella hacía sus necesidades, pero ella insistió en no salir y mucho menos soltar a la pequeña. Solo dijo que no quería ir.

El tren comenzó su traca traca lentamente y a ese ritmo latía su corazón despacio casi como queriendoce parar.

Cuando por fin la humeante maquina agarro una velocidad constante ella sintió que dormirse seria lo mejor, tal vez al despertar su hija despertaría con ella, o posiblemente ella moriría junto con su hija en el sueño.

El tren no pararía por las próximas 4 horas, eso y el echo de que la niña supuestamente seguía durmiendo se le hizo extraño a la mujer que se ofreció a ayudarle anteriormente en la estación. Y lo que confirmó la sospecha de esa mujer fue la tristeza y el llanto contenido en aquella enrebozada estampa de una madre con una hija inerte en brazos.  

El rumor corrió de boca a oído y de banca a banca a todo lo largo del vagón de pasajeros, hablando de la madre. Finalmente  este rumor llegó al primer oficial del tren cuando la mujer le susurró algo al oído en una de sus caminatas por el pasillo.

Aquello se sintió como un silencio de templo donde sólo los murmullos son permitidos.

El oficial se acercó a la madre y le dijo; <<llora mujer, grita, que tu hija se lo merece>>  ella lo vio con alivio y con trabajos abrió la boca ya reseca para preguntarle: <<¿pero no me llevará presa?>>  El levanto la cara y dijo en retórica pregunta << ¿Quién dirá algo?>>  a lo que nadie respondió.

El oficial mandó parar al tren, sacó del brazo a la mujer y cargando a la criatura la hizo caminar por aquel campo peinado de flores amarillas. Y después de llorar en el pecho del oficial la mujer regresó al vagón del tren caminando por el pasillo bajo rezos  y su criaturita envuelta en flores.

 

 Por Amparo Amezquita.