40° Centígrados (de temperatura corporal)
Por Moises J. Himmelfarb
I
¿Por qué el balbuceo de anoche?
Como el asfalto de suburbios alucinógenos,
cuando llena la cara de lodo, anhelo de ciprofloxacino,
siniestro rubor de sábana sudada.
¿Y si el temor de la soledad me asfixia en su estupor?
¿Y si dejara de importar que una luz oblicua va siempre delante de mí?
No creo en polvorientos manifiestos ni en lo perpetuo,
nos queda poco tiempo, la realidad ya se ha dividido.
II
Quiero que las palabras hablen sin ser leídas,
no las luces blancas otra vez, nada de formalidades.
Si tan solo pudieras mirarme a los ojos,
nada está bien cuando no puedo cerrarlos,
solo dos filosofías yuxtapuestas en un picnic,
o mirándose en la claustrofobia de un ascensor.
Cuando se incendia la sala y nada se sale de control,
sabemos que se acerca el principio.
III
Sin nubes, sin viento, sin pradera ni río ni nada,
anduvimos por ahí, por lo reseco.
Chimenea apagada, carbón removido,
la casa no ha sido usada en años,
huellas sin importancia de intrusos intermitentes.
Al final solo queda el pasado,
cuando no teníamos nada,
comíamos saltamontes y hacíamos pan.