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El amanecer es el sueño de un poeta/ Aurora Peregrina Varela Rodríguez

El amanecer es el sueño de un poeta

Cierto amanecer no existe más que en el sueño de un poeta. Hay mucho poeta
suelto. Todo falso. ¡Sólo el azul! ¡Sólo el azul! No existe el alba
rosa. Sólo el olor a rosas rojas se puede tratar. A ellas, que son sueño y utopía
humana, se les alcanza solamente cuando se tiene el gusto de comprarlas o
recogerlas del rosal, cuando el alba prometida ha quedado atrás.
Doña Prudencia me aconsejó que llegar a vieja sana iba a ser lo mejor,
con educación y belleza, dedicación y buen humor. Me marcharé muy lejos,
con la cabeza muy en alto, el cabello en una trenza y, espero… no regresar
jamás. Tú, que nunca me respetaste, hoy gracias doy a los santos.
Mi vidita buscó un refugio en la verdadera dicha: éste, el fin de mi fin. No
sé si pienses en mí: en amarme o en matarme. Creo que –lo más probable–
piensas en lo segundo. Por eso, ojalá que no vuelva a verte.
Volando voy, volando vengo, por el camino me entretengo y cultivo mi
gran ilusión de volar, pero no soñar con lo inexistente, sino en un alto
techo: el cielo azul. Con el corazón los militares van, lo llevan en la mano por lo
que harán: humillar al hermano, odiarlo, matarlo, quemarlo…
No. Dios no podría perdonarles. Militares son, primero por vocación para
defender su patria. Fue su perdición. Volaron sus almas a la noche fría. Ya ni
una tila les dará la paz. Color militar he visto porque soy así, me divierto, me
enfermo al viento y parodio el mal.
¡Oh! ¿A dónde va a llegar mi soledad? ¿Qué será de mí? ¡Oh,
tempestad! ¡Oh, oh, oh! Color militar visto mirando hacia la luna. Color
aceituna. ¿Quién me callará? Yo también pertenezco al Ejército de Tierra. Seré
prácticamente pobre para siempre. Que nunca seré rica lo sé. Ése es mi dolor,
porque necesito dinero para irme a vivir lejos, muy lejos de aquí, y despojarme
de esta ropa sucia.
Locha a locha, euro a euro, peso a peso, bolívar a bolívar… pero no los
tengo, únicamente soledad… y pena, horror y un amor que me llama sin
control, amor que huele a muerte, a asesinato. Mejor no responder, entonces,
aunque reclame el corazón.
Cartera vacía. No hay pasta. Me desespero por no tener monedas para
emigrar. Puede ser que a Caracas, o a Brasil. Allá iría yo. Hoy voy con cartera
blanca, limpia de verdad, y vacua el alma. Porto sólo mediocridad. Burlándose
de él va la bella flor. Mueve la cintura como un lirio que mira un cometa. Ya los
vuelve locos, a todos los que la ven. Quieren tenerla para siempre, pero no en
clase preferente.
Él es su dueño, su poseedor, su destino, su gran amor, el real, del que
no debía acabar mal, su yo, su luz en medio del terror más puro y duro. Sabes
que te quiero, que ya te lo he dicho. Sabes que no es un capricho, que eres mi
tipo. No sé si has oído que te amo mucho, preciosa criatura, mi viejo marido, a
quien me entrego como el primer día. Hubo una vida allá atrás en que todo fue
así. Viéndote, hoy puedo recordarlo.
Me ha llamado por teléfono Alfonso. Dice que me quiere y que me iré
con él, pero vive con su madre. ¿Qué vamos a hacer? Señora para cuidar, no deseo. Lo bueno se puede convertir en malo. Entonces… no sé qué hacer.
Sigue tu camino, cual soltero.
Llueve y deja de llover, pasará hasta la medianoche, lloverá y… ¿luego
qué? Nada, que llueva, que me quede dormida viendo las series de acción de
televisión, entre las olas tempestuosas de sentirme vieja e indecisa, pero,
también, con buena suerte.
Confieso que estoy confusa y, estándolo, he escrito dulces poemas,
bellos, cortos, concisos, que deben no ir a parar a la basura. Son referencias a
momentos trascendentes de la vida: lamentos, canciones, experiencias.
Aluden a sentir ser pobre, nada efectivo poder hacer por remediarlo,
mantenerse día a día y luchar para seguir viviendo, aunque sea con el
monedero vacío, aunque esté gorda y fea, aunque desee viajar a Colombia o a
Bolivia, para vivir siendo más pobre aún, sentir serlo pero no poder cambiarlo.
Viviendo lejos, en otra ciudad –donde caen miles de estruendosos rayos
de forma bestial–, sintiendo pena. Llorando como el mar va la vida mía, llena
de necesidad. Nadie ha sabido remediarlo. Amor que se pierde, el corazón se
pone de piedra, se extingue la sonrisa. Aunque el cielo se ponga todo rojo… ya
no se puede reír.
Olor a manzana del manzano que vive a orillas del río, del mar, del
azúcar blanco, del mejor mangar. Aclarar la voz, gritar que soy libre, que llegué
a la gloria con una manzana en la mano, verde, amarilla o roja, deliciosa,
hecha en puré, que bien las conoce la historia.
Comer frutas frescas como las manzanas, verdes como el prado, rojas
como la cereza, sabor a pecado, al amor, a la fruta del corazón. Manzana,
manzana: tú, con tanta historia, que mueves tus alas allí donde quieres, bella
cual la luna, color caricatura del pecado, ¡Ay! ¿Qué dije?
Escoba de paja para volar por la noches, alambre, hojalata, pinceles
que, como si nada, pintan lienzos que no encuentran su momento de gloria,
libros que escribí narrando una triste historia: te quiero, Guillermo, te extraño, te
adoro, pero no puedo pintarte, ni escribirte, ni llamarte. Nada. Gracias a Dios.
Me decían flaca  porque no tenía grasa. Buena figura me sustentaba,
buena cabeza, talla y talle, excelente silueta, delgada y aventurera, comiendo
manzanas hasta las primeras luces del nuevo día. ¡Quién pudiera dejar de
comerlas! Intentaré ser buena al atardecer, levantaré mi pecho al sol
esperando un monumento, y todo en mí será paz y honor.
Roma o Bogotá. ¿A cuál de esos lugares iré a vivir? Lo que mande Dios,
que nada mejor voy a encontrar que Roma de Italia o Bogotá en Colombia, en
zona de pobres, para que no me encuentren. Para esta dulce señora que
quiere ser llamada dama, todo se convierta en victoria.
Perder la cabeza, el humor, no sentir las piernas, correr el sudor, perder
la razón y andar por el mundo con una botella de ron. Por herencia dejo mi
preocupación, mis sueños profundos que no encontraron su sol, contando
estas historias que debo divulgar, las cuales jamás llegarán a perdurar, todos
las olvidarán, pero aquí están. Así lo ha mandado el jefe mayor, el de color celeste que vive entre hermosas nubes de algodón, suaves y armoniosas, que en el cielo dibujan los
rostros muertos que nos son conocidos, de personas y animales.
Mover esta mano que sostiene mi pluma color azul marino como el mar
cuando cae la noche, verde como mi jardín del bajo B, y negro como la suerte
que desde afuera se me desea por personas extrañas, insensatas, que no me
han querido bien, que sin lamentaciones me desean lo malo, sin pensar que
soy un ser humano, con dolor de espalda, huesos y corazón. Rojo como el
amor que no sé si llegará. Puede que venga del Caribe. Puede ser Álvaro o
Daniel; no sé.
Sufrí cuando decidió dejarme y entregarse al dinero, que no a otra cosa, a otra mujer, creyendo que yo no conseguiría el amor de otro, por ser yo, yo. Ya no podré quererlo. Ya no podrá ser. Me enterró estando viva. Sabiendo ya lo que ha hecho y lo que es, hoy se lo agradezco. El castigo que merece ojalá le sea dado, y bien. En las empresas con buen futuro se planifica el porvenir de algunos con niveles uno, buenos sueldos y caprichos de oro. Yo no tendré un nombre en esos altares, pero con que Dios le siga dando vida a Jerry me será suficiente.
Cuidado con Dios. Debo ser precavida, ya que, ante todo, Él es el jefe. Deseo que no me falle.
Sería un fracaso, aunque con Él nunca se sabe. Con que me cuide al amigo me llegará. Ya no importo yo. Perdón por mis males, que fueron muchos. Perdón y consuelo, compañero. Perdona la confianza. Son los años que llevamos juntos, hablando, conociéndonos. Siempre has vuelto a mí tú también.
Me ha tocado la desgracia de vivir sin vivir en mí, soportando la injusticia y siendo capricho de otros, que me han hecho dar malos pasos, vivir sin ser yo y siendo quien me hacen ser, con caprichos del Crepúsculo que guardo en un pasaporte que puede ser sin sabor y dolor. Aunque nada bueno perciba, debo saber agradecer.
Pero vivir de esta manera tan cruel no es vivir, sino sobrevivir.

Copyrigth. Aurora Peregrina Varela Rodríguez