Saltar al contenido

El bengalí y el alma

 

 

Por Jesus Torres Moreno

 

Estaba el bengalí posado sobre la rama, esperando la brisa de la mañana. Su canto había de guardarse para el rocío de la alborada.

—Heme aquí, cual aire e inspiración —dijo el rojizo bengalí.

El alma, aunada al árbol de olivo, meditando se encontraba en las cosas del olvido, aquellas que el hombre ya no sabe pronunciar.

—Mirad bengalí, hay una duda que me aqueja —dijo el alma sin vacilar, su voz encontró oídos en el pequeño cantor.

—Decidme pues, lo que al alma acongoja, pues canto soy y la naturaleza es tu esposa —entre trinos y cabriolas contestó el bengalí.

—Amigo mío, siervo de la voz alborea, decidme ¿qué ha pasado con la humanidad?

Lamentos, dolores y tristezas; las montañas han visto cómo el hombre se ha jactado de usar sus propias manos para alejarse de ellas. Las casas de madera, piedra y mezcla térrea se convirtieron en mazmorras de un espíritu débil, de una falta de aventura y pasión.

El alma se conmovía, pues ¿cómo ha de ser posible que el hombre cambie la riqueza de la naturaleza por apariencias?

—Revestido de tiempo es todo aquello que el hombre produce —contestó el alma, oscilando entre la melancolía y la duda.

—Lo sé, lo sé. ¡Ay de aquel que produce sin saber de ti y de tu mujer! —contestó con decepción el pequeño bardo, el amante de la flor.

—Seguidme contando, ¿qué más ha hecho el hombre desde que todo inició?, ya que tú eres testigo fiel del mundo, del canto del valle, del subyacente terreno que todo hombre ha pisado y en el que todo hombre terminará.

—Ha habido guerras, muerte y peste. Aquello que llaman avance es un ciclo del retorno, aquello que llaman humanidad es una bestia que pronuncia hechizos para olvidar el origen —contestó el bengalí, mientras revoloteaba alrededor del alma, que penando estaba por lo que escuchaba.

—Mi esposa, tierra fértil y mundo, ha sido testigo de esto, ha soportado el pisar de la humanidad. Paciente y renaciente en cada año brota igual; es pradera, vida y canto. Ella es hogar de la palabra antes dicha, de donde el hombre fue tomado.

El pequeño bardo, amante de la flor, voló a lo alto, como quien quiere despegarse de la ruindad. Al escuchar las palabras del alma, su corazón quiso tronar en un canto que regresara al hombre a su estado original: conviviendo con la naturaleza, amando la tierra, escuchando la palabra.

—Decidme amigo mío, ya que has regresado de tu vuelo, ¿qué has pensado del hombre? —le preguntó el alma, como quien se aferra a la esperanza, buscando un horizonte diferente, una palabra que alivie su dolor.

—De cierto te digo que el hombre ha errado, ha construido miserias, pareciera estar hechizado por el olvido, no puede recordar aquello que lo trajo a ser quien es. Bien y mal han sido sus referentes, pero ha olvidado su quién.

—Ha habido amor, lágrimas y redención. Cual alivio, cual sanación. En algunos hombres, su corazón ha sido tocado por lo que de antiguo se veneraba: un espacio para la palabra, una oportunidad para curar las heridas del espíritu.

—Ha habido filantropía, caridad y misericordia amigo mío. Como podrás ver, el hombre no ha hecho nada nuevo. El verbo se encarnó y el silencio se rompió, y con él el hombre nació. ¿Por qué les cuesta tanto amar a la tierra si de ella vinieron? —esas fueron las palabras del alado amigo, quien retomaba su vuelo, ahora calmado y sereno, alrededor del alma, mientras ésta contemplaba la tierra.

—Ahora entiendo, el hombre ha hecho del mundo un teatro, se presta a ser designio de la voz del hombre mismo, más su olvido remite a que no sabe que él es designio de lo celeste —dijo el alma apesadumbrada por la realidad que ha consumido al hombre en apariencias.

—Mi voz, pequeño amigo cantor de la flor, es voz permanente, yacimiento de la humanidad, canto de la mañana, canto que renace desde la oscuridad. Habitación celeste que trae la lluvia a la tierra, una palabra que el hombre ha olvidado: humanidad.

—Cantemos amigo mío lo que hay en el corazón —dijo el pequeño bengalí:

 

Que nuestra vida es un canto,

la humanidad emanando de la palabra está,

esculpiendo la existencia ha estado

en el silencio del teatro,

cual sepultura ha sido el tiempo

en donde el hombre se ha dado,

pues ha olvidado lo sacro

en un desespero por contener su paso.

 

El alma, adolorida y cansada, atribulada y fastidiada de percibir la realidad “humana”, prefirió esbozar su huida, regresar al Uno, al seno eterno.

—Me retiro amigo mío, volveré en otra época, después de que el hombre haya aprendido lo suficiente, volveré y conmigo el canto, la vida eterna y lo sacro —dijo el alma con tristeza y con esperanza.

—Bengalí, por favor, tú no dejes de cantar, que el hombre necesita recordar sus pasos.

—¡He de perdurar lo que mi ser permita!

El bengalí sabía que su canto era guía pero que habría de esperar el retorno del alma.

Uno profiere cantos del valle, el otro lo de lo sacro, y juntos hacen del hombre vida hecha canto.

Al paso de unos, los segundos, cual soldados tirados al precipicio, arrojados a la muerte para darle fin a su tormento.

El bengalí partió a sus llanuras, y el alma se esfumó. Todo quedó en silencio, como si nada hubiera pasado, el olivo atestiguó que esos seres habían pronunciado el porvenir. La tierra quedó sola, y con ella quedó solo el hombre.

Solo el canto del bengalí podrá dar señales leves, será como luz tenue en la niebla, como gato de Angora negro en un bosque al atardecer, el tiempo consumido rápidamente mientras el sol se esconde, una fugacidad que elude, que se sobrepone al recordar, y todo queda en un negar lo negado: olvidar que se olvida.