Pide consejo a una persona sobre algún asunto y así sabrás si es hábil e inteligente
Cardenal Mazarino
Solían decir que solamente desarrollaba estilo aquél que dedicaba toda su vida a una sola cosa. Pero nada parece tan perfecto como los defectos. La creación de escritores en México ha aumentado indudablemente; la producción de poesía todavía más. Los versos de nuestros contemporáneos pretenden el juego en el lenguaje, aunque no digan nada. Balbuceos nada más; temáticas que van desde los calzoncillos del presidente hasta los hongos de nuestros pies. “Esto es tener estilo”, es la opinión generalizada entre los poéticos menos reflexivos. “No hay que juzgar nada, sobre todo no hay que juzgar el lenguaje dinámico y con estilo.”
La verdad es que ninguno es más experto en el tema que aquel que siente que conoce todo, aunque sea mentira. Por ejemplo: los universitarios cayeron en soberbia cuando pensaron que un grado académico servía para sublevarse de sus coetáneos. Los ojos que pretendían tener una figura clave que seguir se confundieron cuando alabaron su propia imagen decadente. Lo único que importa actualmente es el estatus que diferencia una persona de otra, como prejuicio nada más. ¿Y el desarrollo de estilo por qué razón se da? Nada sabemos de esto. Como dijo Sócrates: “yo sólo sé que no sé nada”.
Hay otros asuntillos que tienen que ver con el estilo. Es decir, cuando hablamos de estilo hablamos de ropa, vestimenta, de poder, de ego. Así es, nuestra bien ponderada cultura mexicana nos ha enseñado a tener estilo inclusive con el “frijolazo” en el diente. Si las culturas de nuestro derredor son categóricamente más bajas, como solía decir un maestro —no bueno quizá, pero finalmente maestro— nos demuestran un desarrollo más amplio, más extremo hasta en nuestra forma de discurrir. Lo que impacta de la moda no es la vestimenta que se usa, sino la forma ridícula en que la vestimenta cubre un cuerpo magro, estúpido. Finalmente, la vanidad es falta de racionalización, y no todo se puede racionalizar. Los sentimientos, menos. Si hay suicidios es porque hay sentimientos. Dejemos la moda para los amanerados.
Si partimos de nuestra primera oración en este brevísimo ensayo podríamos llegar a la conclusión de que aquél que sabe de moda es porque ha sabido vestirse desde joven. Hay que hacer una pausa, porque me he puesto a pensar que aquél que se viste de joven solo puede hacerlo si tiene todo a su alrededor. Así es, “todo” es una palabra que abarca desde los zapatos limpios por algún hombre vulgarcillo hasta la ropa planchada por la nana. Pero el joven que lo tiene todo, no todo lo sabe. La influencia de la moda en el cerebro también influye a que la capacidad reflexiva se torne vaporosa. Objetivar todo el tiempo todas las cosas termina convirtiéndose en rutina. Y toda rutina, por buena que sea, se vuelve inconsciente. Faltaría llamar a los expertos en el alma humana para saber hasta qué punto la rutina es benefactora en el desarrollo de la personalidad.
Que tener estilo se confunda con saber de moda se debe a que el estilo apela más al conocimiento de uno mismo. Por ejemplo: tener estilo es ser uno mismo. Oración quizá basada en la opinión de la multitud. Pero entonces ¿qué le podríamos preguntar a la multitud sin que dudemos por un instante de su conocimiento de lo preguntado? ¿Acaso la multitud sabe impartir justicia entre aquellos que merecen más de los que merecen menos? ¿Es cierto que gracias a la multitud estamos en pleno desarrollo? ¿O más bien en plena decadencia? ¿Será que la multitud tiene estilo y sabe bien cómo salvaguardar la vida de los propagadores de moda? Y usted, estimadísimo lector, ¿sabe realmente qué es el estilo y hasta dónde tiene alcance y duración?
Víctor Hugo Espino Hernández
– Ciudad de México –