Papá: yo no lo tengo claro. Por eso recurro a ti. ¿Recuerdas cuándo fue la última ocasión que hablamos? ¿Qué fue lo que nos dijimos? ¿Te mencioné cuánto te amaba? No sé. No tengo frescas las respuestas.
Como bien te acordarás, hace unos meses volvimos a México, tu país, nuestra tierra. Regresé con mucho más miedo que cuando me fui la primera vez, aunque supongo que es una condición normal al ir creciendo. Hace algunos meses empacamos casi cinco años de nuestras vidas. Tiramos todos los recuerdos que para nosotros ya no serían útiles. Aún así, la aerolínea nos cobró sobrepeso. Aquella mañana de julio desperté angustiada porque desconocía lo que nos deparaba el destino. No te imaginas cuánto habría deseado que estuvieses ahí, a mi lado, despidiendo a Seattle, agradeciéndole todo lo hermoso que me regaló.
Dejar nuestro espacio, despedirse de amigos y darle vuelta a la página suena más fácil de lo que en verdad es, pues ni las ocho mudanzas previas me inmunizaron de esta última.
Tú, como muchos más en la familia, te preguntarás el porqué decidimos regresar a México. Sí, a esta añorada patria que, no obstante su generoso potencial, se la está cargando la fregada. La respuesta es contundente: ¡te extrañaba! No quería perderme por más tiempo los desayunos con mi mamá, las reuniones en casa de la tía Mire, compartir aventuras con mis hermanas y ver crecer a Sebastián, quien, por cierto, ¡cuánto se parece a ti!
Te cuento que hace unos días vi a tus hermanas, esas tías que en mi infancia tanta devoción me profesaron, pero a quienes ahora siento tan distantes. Pero, bueno, no quiero abrumarte. Ya estoy haciendo las paces con ellas, porque ellas también son parte de ti y de mí.
Aunque no te he llamado, quiero que sepas que te veo en todas partes. El D. F. es tu casa. Cada vez que estoy ahí, te huelo en la panadería, te encuentro en el museo, te escucho en sus parques, y, más de una vez, he sentido que caminas a mi lado. Necesitaba volver a este sitio para recordar que sigues conmigo y que tu fuerza, sumada a la mía, me hace invencible. Básicamente necesitaba encontrar mi centro y reconectar con lo que quiero y con lo que puedo.
¿Por qué nunca me dijiste que tu partida dolería tanto? ¿Por qué no me advertiste de estas penas de adulto? ¿Por qué aún no puedo superar tan inmenso quebranto? Mientras llegan esas respuestas, seguiré en México. Continuaré en este prodigioso, pero a la vez desdichado país hasta que asimile que tu ausencia será larga, pero que desde dónde estás, me acompañarás siempre.
Copyrigth Gaby González